Vincent “Vicho” Van Gogh

un cerebro
Jarrón con Lirios, Vincent van Gogh. www.vangoghgallery.com

Me gusta el arte. Mi mamá es artista, y cuando niño siempre me llevaba a museos cuando surgía la oportunidad. Una vez, habría tenido unos 8 años, vino una colección de van Gogh a nuestro pueblito (resultado, viéndolo como adulto cínico, de algún tipo de corrupción). Vi las pinturas, totalmente no impresionado por el estilo o la visión del artista, ni la fama de las obras, como solamente un niño puede ser no impresionado. Las encontré bonitas, pero lo que más me llamó la atención era la textura. Que no eran planos, como las fotos o los dibujos que hacía yo con mis lápices de colores, sino gruesos, en capas, peñascosos. Mi memoria más clara de ese día fue cuando me acerqué a un cuadro para verlo de borde, para examinar mejor la textura, y que me gritó un guardia que no tocara nada y que lo iba a dañar.

Desde ese entonces, he pensado doble o triple todas mis acciones. Qué es que la gente va a pensar si hago esto? Si no hago esto? Qué pensaría mi familia, mis amigos, los desconocidos? A veces me colapsa, pensar y repensar. A veces escribo mil palabras como respuesta a algo y las borro todas, por si alguien {teórico} la toma mal. A veces no puedo ni responder a los textos de mis amigos por agobio. Me gustaría echarle toda la culpa a ese guardia, pero en realidad es una parte de mi personalidad – aunque no tendría las palabras por décadas más adelante de ese día, soy una persona ansiosa.

Ayuda mucho tener etiqueta para la situación. Nombrada la cosa, se puede tomar un paso hacia atrás y verla más como fenómeno, algo que me está pasando en vez del sujeto de mi ansiedad en sí. Y en días en que ando con suerte, puedo compartimentalizar el arranque en una cajita mental con su nombre, y dejarlo ahí hasta que se me olvide. No lo tengo nada como van Gogh, con su falta de trabajo, el arte décadas antes de su tiempo, y sus estadías extendidas en sanatorios.

Hay quienes dicen que su estilo artístico era producto de sus problemas mentales, que estaba pintando las cosas como las veía, ondulantes y de colores extraños. Capaz que sí, capaz igual que era el estigma de la enfermedad mental. Una suposición de que ese loco es totalmente diferente, anormal, incapaz de ver el mundo como los demás, temible. Alguien que quizás hace productos deseables, pero que debería hacerlos en su sanatorio, donde no le pueda hacer daño a la gente normal. Pero, aunque criticaron ferozmente a Monet y Picasso, a que sepa yo nadie dijo nunca que sus visiones eran productos de algún tipo de anormalidad. Está seguro que los patrones mentales de van Gogh informaron su arte, pero si hubiera aprendido a controlar sus demonios en vez de espiralizar hasta su muerte, no habría continuado a madurar como artista?

Por mi parte, aunque he aprendido a controlarla, la ansiedad me afecta todavía. A veces los pensamientos se disparan solos, y me complica agarrarlos. A veces tengo que sacarme de una situación, mentalmente o físicamente, para que me arregle. A veces le estresa a mi polola, y la veo estresada y empieza el arranque – no la quiero ver estresada, pero no puedo calmarme, y me pongo peor y se pone peor y ya. Y a veces, ella puede ver lo que está pasando, y me saca del arranque más rápido de lo que yo podría solo.

Hace un par de años, tuve un día malo. Y la polola me dijo, mira, tómate la tarde. Vamos al museo a ver la exhibición de los van Goghs. Íbamos a ir en el fin, pero tenía razón – y tenía la suerte de que podía hacerlo. Tomé la tarde y fuimos.

Era una exhibición pequeña, mayoritariamente de sus cuadros más tempranos y no tan conocidos. Tenían varios dibujos de lápiz del paisaje empapado de su país, todos en tinta negra sobre papel blanco, enormes y con pincelados variados y expresivos; pinturas de los campesinos holandeses, oscuras y en tonos de marrón y gris en los interiores de sus casas; unos estudios de retratos y escenas cotidianas, oscilando entre grafito suave y brillantes colores primarios. Luego, un autorretrato y un par de paisajes en su estilo más famoso, las puntitas de colores audaces dando vueltas alrededor de los contornos. Y, al final, el cuadro que tenían en todos los anuncios de la exhibición: uno de su serie de lirios.

Lo conocía de fotos, pero no es lo mismo verlo en el tamaño de un libro o una pantalla. En la vida real, su diagonal mide más que un metro. Ahora, como adulto con pinta de clase media, podía examinar bien la textura y los pincelados sin retar de los guardias. Y, tomando un paso hacia atrás, quizás informado por mis propias batallas del día, las flores tomaron otra forma: un cerebro azul. Un cerebro atravesado por relámpago verde. Un cerebro roto, con una parte pendiente. Y, a pesar de y por todo esto, un cerebro igual de bonito.