Sale que en Chile, en general no se celebra el Día de Acción de Gracias, un hecho que me dificultaron las celebraciones típicas, efectivamente, pasarlo en familia. El día antes del feriado es el día más viajado en los EEUU, y si viajas una distancia y quieres volar, hay que comprar los boletos meses en avance o estarán no súper caros, sino agotados. Casi a nivel de viajar en la pascua en Chile.
Bueno, ya que no me dieron el feriado, no solía salir de Chile, y invitaba a unos colegas y amigos a la casa para compartir la ocasión. Intentaba hacer para ellos una experiencia del Día de Acción de Gracias autentica, con harta comida, copete, y discusiones incomodas de la política.
Me fue bien en Chile, pero me hizo falta la versión real, con la familia, y con no tener que explicar eso de los peregrinos y su aversiones a hebillas, y que pasó con las relaciones gringa-indígenas después de la leyenda (o antes, para los estudiantes avanzados). Desfruté el año pasado mi primer Thanksgiving gringo en varios años, y puedo decir con certitud que era el Thanksgiving más gringo que me ha tocado en toda la vida.
Fui al pueblo de mi papá, un pueblito bien chico casi en el centro del continente, cientos de kilómetros de las ciudades de Texas en donde vivía antes de Chile. Mi abuelo vive ahí todavía, y mucho más de mi familia extendida, algunos de los cuales nunca había conocido. Era un viaje largo y agotador en auto con mi papá, en carreteras desertadas en la noche, y unos momentos en que estaba seguro que nos iban a disparar después de hacer enojar a unos weones en una camioneta (por manejar demasiado lento???). Al fin llegamos a la casa de mi abuelo, y fuimos directo a dormir.
El próximo día, nos levantamos ultra temprano para shoot the shit, “disparar la mierda,” como le llamamos ponernos al día, tomamos café barato, comimos poco en preparación para luego atestarnos, y fuimos con mi tío y mi hermana a la casa de la prima de mi papá, a una hora manejando desde la casa de mi abuelo.
Ahí el escandalo fue que la cuñada estaba de visita para el feriado, y mi prima estaba enojada porque había venido con un montón de chuchería y lo había esparcido por toda la casa. Nos sentamos para disparar un poquito más de mierda mientras que la mugrosa recogía sus cosas.
Por fin estábamos todos listos, nos amontamos otra vez a los autos, y viajamos otra hora a la casa del hermano del marido de la prima de mi papá. Ayyyy, sí, sí, sí.
Llegamos a la casa, y ya está mucha gente y muchísima comida. Hubo pavo, asado, ensalada de frijoles, ensalada de papa, ensalada normal, sopa de champiñones horneada con cebolla frita (es tradicional), camotes azucarados con marshmallow (también), y un ponche súper rico. Hubo unas cuarenta personas y comida para sesenta. Comimos en turno por falta de espacio, y aproveché el tiempo para visitar con la familia que no había visto en mucho tiempo o incluso jamás, y pasar por la tienda.
La tienda. La tía que había dejado terremoteada la casa anterior, la de la prima de mi papá y su hermano, había recogido todas sus cosas, las empacó, y las llevó a la cena de Thanksgiving en la casa de su otro hermano para vender pulseras de cáñamo y bolsas de cuentas a la familia. Me enteré de lo que estaba pasando cuando vino una chica, una prima mía aún más lejana que nuestro anfitrión, y la saludo una tía similarmente lejana mientras estuvimos en la cola para el ponche.
Tía: “Holi Samantha! Justo ahora estás sacando tu comida? Acabas de llegar?”
Prima: “No, llegamos hace como veinte minutos pero la Tía Shelley no me dejó pasar…”
Tía: “Aa pasaste por la tienda pop-up. Y qué tal, compraste algo?”
Prima: “Bueno, pues sí…”
Yo: cagado de risa, tomo mi salida de la cocina.
Parece que vendió la mayoría de sus bolsas y joyería. Me imagino que ganó bastante plata. Sacamos unas fotos de familia, y se fueron todos a las 6, después de unos 3-4 horas de fiesta, que también se me hizo raro, pero solamente después de tanto tiempo en Chile.
De vuelta en la casa de mi abuelo, platicamos de los primos con quien hablábamos, la comida, y la fiesta en general, que fue, además de divertida, bien lucrativa. Intentamos hablar de las noticias sin enojarnos, fracasamos, y volvimos a la tema de la comida. Hubo un jamón que no había visto pero que quedó exquisito, y mi tío se había llevado una parte para mañana. Mi abuelo había planeado llevarse lo que quedaba de sus cranberries, pero se los acabó y no habría para el jamón. Mi hermana pensó que el ponche se veía bien, pero al probarlo llevaba aguardiente y no podía con tanto alcohol tan temprano. Le dije que estaba equivocada, que había tomado sobre de un litro del ponche y no detecté nada de alcohol. Y me dijo: “ya, pero te llevaste muy bien con todos los desconocidos por la ponchera, no cierto? Y luego dormiste toda la hora y media de vuelta a la casa.”
No sé si sea que me acostumbré a socializar nomás, o al sabor de alcohol en la boca; pero echo la culpa en los chilenos como quiera.