Había llegado a Chile por primera vez tipo un mes después de que la selección derrotara a Argentina en los finales de la Copa América. Estaba contento de esta situación, porque lo único más fome que un extranjero que llegue a nuevas tierras y de repente se hace de la hincha más fanática del equipo local es el que no se la hace, e igual iba a llegar en un ambiente de celebración. Más, había perdido Argentina, se lo merecía.
Pero no había contado con que habría otro campeonato el próximo año! No en Chile esta vez, por cierto (sino, irónicamente, en los EEUU), pero como quiera ya estaba armado para un buen torneo. Yo estaba preparado para que ganara EEUU, para que sacara el título de Chile mientras que estuviera en pleno nido de cóndores, y a verlos llevar su primer título internacional. Por supuesto nunca iba a pasar, pero estaba hecho loco que llegamos a los semifinales antes de que nos tocara Messi.
La polola no tuvo una experiencia tan bonito. Ella es mexicana y cuando iba a jugar México contra Chile, en la primera ronda de knockout, arreglamos con unos amigos a ir a ver el partido en un restaurante mexicano (que era realmente como una facsímile de comida mexicana, pero era lo mejor que había en la vecindad, e igual era rico). La selección mexicana, aunque a lo mejor todo el resto del mundo ya se lo ha olvidado, estaba jugando muy bien ese año, y no era cosa dada que La Roja iba a avanzar (aunque a escuchar los anunciadores chilenos, uno hubiera pensado que estaban comentando en una grabación del día anterior, así estuvieron de seguros).
Después de quince minutos en que México jugó bastante bien, el Puch les metió el primero. Todo el restaurante aparte de nuestra mesa se paró a gritar, y incluso todos los meseros y los cocineros de atrás salieron para celebrar. Fue en ese momento que entendía por qué la comida salió faltando algo. Pero ya, ya, dijimos, es un gol, todavía quedan unos 75 minutos de partido.
Y como ya cuenta la historia, no era un gol sino el golazo más masivo de la década. La polola salió desilusionada de que ya no siquiera podría seguir webeando a los brasileños por su 1-7 contra Alemania. Yo sentía un peso levantado, ya que podía apoyar a la Roja en su lado del campeonato (fuera de la casa, por supuesto).
Para el final, dije a la polola que tenía un proyecto en la pega que iba a terminar tarde, y me fui a la casa de unos amigos (mucho después, frente al pelotón de fusilamiento, aprendí que ella sabía muy bien donde iba – cabros, es una tontería intentar engañar a la pareja, hasta para su propio bien). Me encargaron unas Escudos, y como no me acostumbro a tomar fluidos corporales ajenos, también compré una botella de vino. Llegué donde mis amigos, en un depto súper viejo encima del puerto de Valparaíso, y empezamos.
Afortunadamente, no pasó nada en la primera parte del juego, así que logramos comer algo en anticipación de la celebración. La segunda parte tenía aún menos emoción – hasta que acercara el tiempo, y pareció más y más claro que iban a ir a penales, igual al año pasado, con Argentina, igual que el año pasado, y que íbamos por lo mismo celebrar una victoria, a lo doble del año pasado.
Vidal tomó el primero, y fue bloqueado. Una lástima, pero bueno, faltan muchos. Luego se fue Messi – FUERA!! En ese momento se sentía cambiar toda la emoción en el living y en el estadio – ya se habían gastados los Argentinos, ya quedaba casi toda la selección chilena y Argentina ya sin penales y sin actores! Y púm, púm, púm, PÚM, golearon a los argentinos conchasumares y ya Chile es campeón de América dos veces seguidos!
Gritamos y abrazamos y abrimos una chelita más, y sobre todo eso escuchamos a través de la ventana todo el resto de Valparaíso haciendo lo mismo, y recontamos los hitos y abrimos otra latita más y ahí me di cuenta de que el Escudo realmente no es tan mala, y de repente escuchamos un silencio de afuera. Duró un par de minutos, y luego empezó un zumbido, que creció y creció y luego miré por abajo y vi todo el pueblo volcándose a la calle, rumbo a las plazas. Metimos de prisa las cervezas que nos quedaban en una mochila, amaramos el vino al lado, y partimos para Aníbal Pinto.
Ya estaba atestada. El suelo lleno de pies de hinchas zapateando, y el aire de gritos de “CHI-CHI-CHI! LE-LE-LE!” Todo Valparaíso estaba ahí, aparte por supuesto de mi polola, y todos saludando y abrazando a desconocidos, todos vueltos aweonaos en extasía, metafórica y, lo más probable, literal. Nos pasó un par de tipos bien flaites, y por el ruido no nos podemos entender, pero no importaba nada, estábamos ahí, celebrando y gritando todo el pueblo junto. Saludamos todos de mano y de abrazos, se fueron, y cuando volteé para cerrar otra vez el circulo de amigos, sentí la mochila de repente un poco más ligera. Se habían fugado con el vino.
Al final de la noche, yo contaba el robo de una botella de Exportación como la cosa segunda más chistosa que pasó en la celebración. Uno de mis amigos estaba bien molestado y se fue a buscar a los flaites, pero ya no estaban. Regresó justo en tiempo para los fuegos artificiales, o en este caso, fuegos naturales: Alguien había escalado la estatua de Sr. Pinto, ahí colgó una camiseta de Messi de su telescopio, y lo prendió. Todavía no estoy seguro como logró hacerlo, porque esas weás son hechas de asbesto o similar, pero sí prendió y ardió a cenizas suspendida sobre los vítores del muchedumbre.
Quedé en mi grupito, mitad gritando todavía y mitad admirando esa obra de ingeniería civil, cuando pasó otro par de tipos flaites, igual de locos, listos para celebrar con cualquiera, muy buena onda. De hecho, la única diferencia entre estos y los de antes era que estos estaban compartiendo una botella de Exportación, con el corcho metido adentro.
Mi amigo, el más molestado, se dio cuenta, y con su mejor cara de Don Ramón se los dirigió.
“Creo que ese no es suyo,” dijo.
“Qué?” dijo él que sostenía la botella. No creo que era actuando, era realmente confundido.
“El vino, me lo robaste, dámelo.”
El tipo miró a su amigo, y luego a Don Ramón. “…Noooo…” dijo. “Este no.”
“Sí, sí, ya dame la weá,” dijo mi amigo.
El tipo miró otra vez a su amigo, y luego agachó la cabeza. “Ya, ten,” dijo, extendiendo la mano con la botella.
Yo quedaba realmente impresionado con el poder del fútbol, y del diálogo honesto, para resolver conflictos.