Mudarse a un país nuevo es un sendero difícil. Uno deja en el país natal a la familia, los amigos, la cultura, a veces hasta el idioma. Hay algunos que les cuesta entender cómo uno se atreve a hacerlo. La vasta mayoría de la gente emigran por necesidad: por razones económicas, inestabilidad, o persecución. Y pasando mucho tiempo en un país nuevo, el extranjero va a experimentar cosas desagradables hasta cierto grado: exclusión, confusión, prejuicio.
Sin embargo también hay varias partes de ser extranjero que son buenas, que pueden superar el deseo por lo conocido y convencer a alguien a quedarse un rato más en el nuevo país. Les voy a enumerar algunos de estos puntos, desde mi perspectiva limitada como inmigrante voluntario y mis interacciones con personas de perfiles similares. Los presentaré como los entiendo, como hitos comunes que no tienen mucho que ver con país de origen ni destino.
Primero y lo más obvio: es bacán viajar y experimentar weás nuevas. Es bacán conocer a gente nueva, ver cosas y vistas que solamente has visto antes en la tele, escuchar otros acentos y tomar nuevas cervezas y comer cosas que tienen nombres que ni siquiera puedes pronunciar. Este punto se puede asociar más con el turismo, pero no se agota después de un par de semanas, ni después de un par de años. En el país natal, uno aprende lo que es normal y tratarlo como “fondo”, y pone más atención a lo inesperado, la “figura”. En el país nuevo, no se puede confiar en estas reglas mentales. Si lo intentas, siempre vas a estar chocando; y si no, vas a estar agobiado. Suena incómodo pero les juro que, en términos de incomodidad, vale mucho más gastar energía mental en eso que en perseverar en, por ejemplo, la ansiedad de perderte el trabajo u otras preocupaciones irritantes en general fuera del control de uno. Al final del día terminas igual de cansado, pero, con suerte, menos ansioso o triste. Hay que llenar la mente con algo, y no tiene que ser deprimente.
Hablando de mantener la mente limpia, otra cosa buena es que a los extranjeros se les permite cierto grado de ignorancia. Y esta puede ser una herramienta útil para extraerse de situaciones difíciles. Como extranjero, y especialmente uno hablando en un idioma extranjero, no es necesario que sepas todo lo que ha pasado en el país durante los últimos 20 años, así que, aunque algo sepas, puedes esconderlo para mantener la buena onda. En tu propio país, si alguien te hace una pregunta incomoda, o hay que contestarla (campo de minas), chamullar algo (poco probable que puedas escapar así), hacer que no sabes nada del tema (“eres la podredumbre que aflige nuestra democracia”), o nomás yítearte por la ventana*. ¡Ahh, pero siendo un extranjero! Si un amigo te presenta a otro colega, y éste te pide la afiliación política antes del nombre, puedes decir que no cachas de los partidos de este país. Y si te responde por preguntar tu afiliación política en tu país, puedes decir: uff, ahí me falta el vocabulario en ezpanyol. O si la abuela de la polola te pregunta cuando fue la última vez que fuiste a misa, puedes decirle: ya, es que no sé como se ven las iglesias aquí, no hay nada parecido a la iglesia en mi pueblo. Y luego cambiar el tema a colibrís, arcoíris, y empanadas. Y, todo esto es ignorancia y falta de educación – pero realmente no es tu culpa, llegaste recién y aprenderás con el tiempo.
A generalizar, un sentido común entre los extranjeros es que se sienten más libres en el país nuevo, no solamente a fugarse de discusiones indeseadas sino en todo. Escucharás al extranjero decir que la gente aquí es más tolerante; que aunque aquí sí hay X por lo menos no hay Y; que el sistema aquí es más ordenado (por ejemplo, un latino en Alemania) o por converso que el sistema es tanto más flexible (un alemán en Chile). Esta actitud es un poco del sentimiento de que el pasto siempre es más verde al otro lado, especialmente al principio. Pero hay otra cosa al fondo: que viviendo en una cultura ajena, por definición, hay hábitos y valores distintos. Si en tu propia cultura hay valores que te apestan, y en la cultura nueva no tienen la misma importancia, naturalmente te vas a sentir más libre. Y, obviamente, habrá nuevos hábitos y valores a aprender, que les importan en el hogar nuevo más que en el viejo. Pero, aunque no te gusten, uno no siente la misma rabia de tener que conformarse con ellos. Será una carga intelectual en vez de emocional. Puedes decirte “ya, nomás hay que hacerlo, que es parte de ser buen ciudadano aquí” – no toca a las memorias de la reacción que tenías cuando como adolescente aprendiste que, sí o sí, no podías fallar en hacer esa cuestión.
Unos ejemplos inofensivos. Es cliché la idea de que los gringos no tienen el mismo concepto de tiempo que los latinos. Con respeto a la puntualidad, les relato que es sumamente cierto. En mi ciudad en Texas, las micros tienen horario. Si sales de la casa en el momento correcto, puedes ir, esperar un par de minutos, y llega la micro a llevarte al trabajo. Pero si sales y te das cuenta que olvidaste el almuerzo, o vas sin el almuerzo o corres toda la vuelta y todo el camino al paradero, no importa cuanto gritas o blandeas la mano al micrero, jamás va a salir de su horario por ti. En Valpo, normalmente (para nada siempre, pero normalmente), si andas corriendo el micrero te va a esperar. Es que la gente es más amable aquí.
En cambio, los chilenos son muy estrictos en bañarse todos los días. Broma, broma! Una de las cosas que sí me molesta es que si alguien te invita a hacer algo, se espera que respondas “sí, obvio!” y luego te arrepientas con una excusa. En Texas, hay que decir no lo antes posible, y, si has dicho que sí, ya es una obligación ir para que el anfitrión pueda preparar bien la casa (vale igual, pero menos duro, si el evento no es en la casa). Aunque me he acostumbrado, todavía me molesta harto decir “sí” cuando sé que no puedo ir, y luego mandar el whatsapp de que pues en el último temblor descuadró un poco la puerta a mi pieza, y pues vino el carpintero pero se enfermó la madre y dejó sus cosas aquí y no me puedo ir, etc, etc. Un secreto que todavía no he sacado de los chilenos es como pueden prepararse para una cena con los amigos si jamás sabes cuantos platos van ha haber hasta que es hora y vienen los invitados o no. Pero, aunque sí me carga tener que jugar ese juego, nomás suspiro un poco y lo hago sin rabia. Así la weá en Chile.
Por último, siendo un extranjero, uno tiene que mantener la mente más abierta. Esto puede ser agotador, pero también te puede hacer sentir más tranquilo. Cuando pase algo que no te guste, no te puedes enojar, porque a lo mejor es sorprendente e irritante porque algo se te ha escapado de la situación. Si estás señalando a la micro y pasa el paradero como si nada, quizás es porque está llena, o hay una emergencia, o hay una regla de que hay otra de la misma línea muy cerca atrás y tienen que separarse, quien sabe. Si alguien te empuja en la vereda, puede ser porque no escuchaste las señales que hicieron para avisar que querían pasar, o que viene una marcha no autorizada perseguido por guanacos, que sé yo. Si alguien te corta en la fila, puede que no tienen la misma cultura de hacer cola aquí, o que te dormiste y se enojó, o mil otras cosas. Misteriosos son los caminos del pueblo ajeno. Y, por todo lo bueno que es estar un tiempo extendido en el extranjero, también lo hace súper rico regresar a tu país, porque si te pasa algo desagradable ya puedes decir con prontitud y seguridad: “Ese aweonao es un ctm reculiao, y es por x, y, y z… eso sencillamente no se hace!”
* v. yítear, to yeet – lanzar con fuerza cósmica. Ej: https://www.youtube.com/watch?v=2Bjy5YQ5xPc