No a todos les gustan los extranjeros, y a veces si no es una aversión generalizada es específica, como una desconfianza de los mexicanos, o, a veces, de los gringos.
Hoy dia, quiero hablar un poco sobre los peligros del prejuicio basado en origin nacional. Pero primero, hay que explicar la situación del baño.
El baño en el depto es bien chico, no más que dos metros cuadrados. Cuando me baño, que por cierto es TODOS LOS DÍAS (o por lo menos CASI TODOS LOS DÍAS), me gustan las duchas bien calientes por dos razones. Uno, para limpiarme bien; y dos, porque Chile está más frío que la chucha y no alcanzo calentarme, no importa la cantidad de poleras y polerones y chaquetas que me ponga, lo único que me sirve es el agua. No exagero que en Febrero por la tarde, empiezan a crecer las sombras y busco un suéter. Es otro mundo Texas, decimos que hace frío bajo los 30C. Pero divago.
Estaba hablando de la ducha. Es bien útil, sirve bien para lavarme del frío, pero suelta una cantidad de vapor. Parece que los chilenos prefieren duchas menos calientes, porque el baño no parece estar hecho con la expectativa de tanto vapor: después de un tiempo, se despegó un poco el papel mural, y burbujeó la pintura en el techo.
“Oye,” le dije a mi compañera de piso, “has ido al baño hoy?”
“Jajajaja,” dijo como respuesta. Ya había pasado tiempo suficiente en Chile que sabía que cuando un chileno hace eso, es que no quiere responder a la pregunta.
“Nopo, nomás quise preguntar sobre el estado de la pintura,” clarifiqué.
“A, ya. Sí, está la cagá. Ya le hablé al señor que hace reparaciones, va a venir el próximo lunes. Está ocupado ahora porque en uno de los otros deptos, un chico quiso cocinar una berenjena y asó toda su cocina.”
“Cocinando una berenjena?”
“Eso dijeron. Quizás era una berenjena mexicana.”
***
El lunes, regresé a la casa y ya estaba el señor, quitando el papel y las burbujitas. Le saludé, muy buena onda el tipo. Dejé mis cosas en la pieza, recogí a la polola, y nos fuimos por una once tempranito, no por hambre, sino porque había un solo baño en el depto y estaba a punto de mearme.
Después de comer, regresamos, y el señor estaba recogiendo sus cosas para ir.
“Está casi completa,” dijo, “pero tengo que esperar que el yeso seque para pintarlo. Regreso el miércoles.”
El miércoles, llegué al depto y otra vez ya estaba el señor, con todas las herramientas esparcidas, haciendo su mejor esfuerzo. Yo andaba igualmente tranquilo, habiendo ido al baño antes de salir de la pega. Saludé al tipo otra vez, y preguntó sobre mi acento y pusimos a hablar un poco en inglés, lo cual hablaba bastante bien.
Al fin, me dijo, “Mira, voy a tener que regresar en un par de días más. El yeso todavía no está seco. Normalmente seca en un día, y espero dos para estar seguro. Pero ahora está casi tan mojado como cuando lo dejé el lunes, como si alguien le hubiera echado agüita de no sé, una pistola de agua. No hay niños en la casa?”
Le aseguré que no había niños, y le confesé: Estaba trapeando ayer en el baño y vi una araña, y lo maté con golpes del trapo, y pucha, se mojó todo. No estaba muy seguro pero creo que me creyó.
El jueves me duché con agua helada y el viernes me quedé en la oficina haciendo tareas inventadas para no mostrar la cara. Cuando llegué, medio tarde, el baño estaba pintado, un rojo fuerte y bri-llo-sito.
Estaba mi compañera de piso en el living. “Te gusta?” sonrió, viendo la sorpresa en mi cara. “El señor me dijo que, debido a la tendencia de nuestro baño a lo mojado, tenía que tomar medidas extraordinarias. Y vino con pintura de auto. La que puso, me aseguro, es una que normalmente se usa para pintar los corvettes.”
“Eso explica el brillo,” dije. “Pero… por qué no algo más corriente, y, no sé, más apto para un baño? Un blanco de kía en vez de rojo de corvette?”
“Bueno,” dijo ella, “dice que normalmente eso es lo que ocupa, pero que le hiciste una gran impresión. Sabes qué me dijo sobre tí?”
Destelló el cuento de la araña en el baño por mi mente, pero no iba a admitir de eso jamás. “Pues qué?”
“Dijo nomás que eres muy buena onda, como todos los canadienses, y esa es la diferencia entre los canadienses y los gringos, que los canadienses son tan simpáticos y que los gringos son CSMs, jajaja!”
Se rió y se rió, y mi polola también ahí riendose, y sabes que, yo también.
Cuando se me pasó la risa, le pregunté, “Oye! Y qué dijo entonces cuando le dijiste que soy gringo??”
“Jajaja,” dijo.
“No le dijiste!! Cómo que no le dijiste??”
“Jajajaja,” dijeron las dos, ay qué vergüenza.