“Gringo! Gringo! Where are you from!” me gritan los indigentes cada vez que paso por la calle principal. No me molesta que me hablen, o traten de llamar la atención. En general son mucho más agradables y menos agresivos que en los EEUU.
Me molesta que, después de tanto tiempo en Chile, y sin haber dicho una palabra, detecten que soy un gringo.
Es bien obvio también que no solo los indigentes que pasan la mayoría del día en las calles turísticas saben. Cuando esté en la micro, aunque puedo decir “arriba” y dar el exacto al conductor sin pensar, y puedo sentarme o ceder el asiento correctamente, me miran fijamente. No todo el mundo, solamente las guaguas, pero todas las guaguas. Cuando suba a la micro, la gente se queda cortésmente en sus celulares o viendo por la ventana, pero las guaguas dejan de mirarse una a la otra o a sus mamás o de gritar y me miran nomás, no llorando ni sonriendo, transfiguradas, como si fuera la revelación de una verdad que nunca pensaron posible.
Un día bajé de la micro y le pregunté a mi compañera de casa como sabía todo el mundo que era gringo.
“Pfff,” se rió, “eres altote y tan blanco como el queso fresco. Qué otra cosa te van a pensar?”
“Weona, no soy ni el más alto ni el más rubio en la pega, y no somos tantos,” dije.
“A, ya, sí es cierto,” dijo. “Bueno, también te vistes muy gringo.”
“Eso tampoco puedo negar,” respondí. “Sin embargo, los chilenos también se visten muy gringos. Toda mi ropa es en estilos iguales a los demás de la oficina, hasta son de las mismas marcas. Puta hasta me compré acá una mochila que dice Head.”
“A, ya, no, tienes razón,” dijo. “Sabes que es? Tus lentes. No son de moda en Chile para nada marcas así redondas. Se ven muy putos gringos.”
No tenía ningún argumento para eso, así que lo concedí. Pero no me sentía satisfecho.
Andaba pensando, caminando por la calle al trabajo mientras que me miraban fijamente las guaguas y me gritaban los travestis, que podría ser? No es que me daba pena ser gringo o que estaba realmente tratando de camuflajearme, sino que era un misterio que me molestaba no poder resolver. Yo no podía verme tan distinto, pero todo el resto sí. Y no es que no haya personas bien rubias en Chile! Nadie le pregunta a Ricardo Lagos o Michelle Bachelet si son gringos!
Y ahí se me prendió el foco. Llegué al trabajo muy emocionado, tanto que cumplí todas mis tareas del día en la mañana. Y en la hora del almuerzo, busqué mi compañera Claudia, la que es más rubia que yo (y por lejos, pelo rubio casi blanco, ojos azules, etc).
“Oye Clau,” le pregunté, “Cuando estás caminando en la calle, sola… hay gente que te piensan gringa?”
Me miró sobre su plato de pastel de choclo con un agregado de porotos granados muy intensamente. Y me dijo:
“Sí a veces” 🙈
Juntos, lo solucionamos: yo me pinté el pelo amarillo, y ella las raíces café. Ahora todo el mundo piensa que somos presumidos al vernos pasar, muy presumidos, pero presumidos chilenos.