No me enfermo fácilmente, pero cuando me enfermo, me quedo enfermo para semanas o incluso años. No de manera real, sino psicológicamente. Cada dolorcito y picazón me invade la mente y se hacen constelaciones que solamente podrían significar cosas malas poniéndose más y más graves. No hay razón en particular para esto, no hay tendencias a enfermedades graves en mi familia, aparte de la hipocondría, que parece ser hereditaria.
Un día subiendo un cerro me di cuenta de un dolor en el costado. No tan agudo, más molestoso que otra cosa. Pensaba que estaba caminando demasiado rápido, y no lo pensaba más.
Mentira, ya estaba seguro que era cirrosis y resolví no tomar más en mi vida, aunque fuera breve. Regresé a la casa, arrastrándome por la calle para no exigirle más a mi lado malo, y le expliqué todo a mi polola.
“Ay estás empachado,” me dijo. “Tómate un laxante.”
Tomé el laxante, y me sentí aliviado, en todos los sentidos. Olvidé el problema por completo.
Hasta que regresó el dolor la próxima semana. Me pensaba empachado otra vez, y resolví comer solamente espinacas por el resto de mi vida, aunque fuera breve. Tomé el laxante y me sentía mejor, pero estaba híper consciente a todo señal el próximo día, y no podía convencerme que lo había conquistado. Llamé a mi papá, quien es un médico en Gringolandia. Le expliqué todo y pedí una diagnosis.
“Bueno a mí esa suena musculo-esquelético,” dijo. “Descansa un par de días y si no se resuelve, ve a un médico.”
Gracias, papá. Quedé en la cama acostado todo el finde, solamente moviendo los brazos para sostener el celular (cosa completamente inevitable). ¡Y me sentí mejor! Resolví llamarle a mi papá al menos tres veces a la semana para el resto de su vida, aunque fuera larga.
Andaba bien un par de semanas, haciendo mis proyectos en la pega y tomando el vinito en las onces, y de repente volvió. Me levanté del escritorio para ir al baño, ¡y me dio! ¡Un infarto costillar! Muy similar al infarto cardiaco, aparte de que no tan doloroso, podía respirar y todo, y ya me había pasado unos cinco veces sin ninguna otra síntoma. Pensaba, bien, es la postura, o que portaba mal la mochila hoy día, o que ya están por vencer mis zapatos, que sé sho. Planeé hacer lo mismo que antes, pasar un par de días tranquilos, e ir al médico si no se me pasaba. Mis compañeros me sugerían causas posibles del problema, en orden de gravedad: deshidratación, una infección renal, hepatitis, etc., etc. Solo tenían el efecto de verter petróleo en el desastre que era mi mente.
El próximo día, estaba un poco mejor, y fui al cine con la polola, y ahí me enteré que me había estado molestando todo este rato. Fuimos a ver Deadpool, y viendo su situación, me di cuenta que, por supuesto, yo también estaba sufriendo de cáncer de hígado. Salimos del cine y hice una cita con el doctor para el próximo día.
Voy a saltar directamente a la cita, diciendo nomás que, siendo una persona media nerviosa, pasé las horas intermedias mal. Acudí a la clínica, y después de hablar brevemente con la secretaria y esperar lo que sentí como una eternidad pero en realidad era un periodo bastante razonable, hablé con el médico. Le relaté todo, la cirrosis, la deshidratación, la cáncer, la weá musculo-esquelético. Y él me pinchó, me miró los ojos para rasgos amarillos, me tomó la presión, y no encontró nada.
“¿Qué tal tu dieta?” preguntó.
“¿Mi dieta?” dije.
“Sí. Me pregunto si podría ser un problema de la vesícula.”
Mis engranajes mentales se pusieron a girar de forma exagerada, rebuscando sus archivos por mención de cirrosis o cáncer de la vesícula. Después de una pausa breve, empecé a explicar al doctor que era vegetariano, que solía comer mucho queso pero también tomaba vitaminas.
“Ah ya, con razón,” dijo el doctor. “Nada de asado, nada de choripanes, cierto? El problema que tienes tú es que comes demasiado sano.”
“Doctor,” le dije, “acabo de decirte, como puro queso. Vegetariano no quiere decir sano para nada.”
“Mira, ¿quién lleva la bata blanca? Te estoy diciendo que en esta parte de Chile, entre los vientos fríos, el hoyo en la capa de ozono, y el esmog, se necesita protección extra del ambiente, en la forma de una ligera capa de grasa subcutánea y globulitos de colesterol en la sangre para absorber los radicales libres,” explicó, escribiendo furiosamente en una libreta. “Pero no en exceso, dije una capa ligera, ¿ya? Te estoy escribiendo una receta para dos chorrillanas a la semana, fuerza normal. No importa que sean vegetarianas o normales.”
No podía creer lo que estaba pasando. Fijé la mirada en el papelito, y ahí apenas podía descifrar que, en efecto, dijo que comiera dos chorrillanas a la semana, con firma y timbre y dirección de clínica y todo. Miré al doctor con confusión.
“En el caso de que no sepas donde conseguir una buena chorrillana,” continuó, “saliendo de la clínica a la mano derecha, hay una Farmacia del Dr. Simi. Y a la puerta siguiente, hay una cafetería de la U, ahí puedes consultar. ¿Tienes otra consulta? ¿Una duda?”
“Pues… como se supone que funciona esto?”
“A ya, eso no se pregunta. Pero hablando de, casi se me olvidó,” [y sacó de nueva la libreta] dijo, sacando otra vez la libreta. “Ya que estás pasando un poco más que las vacaciones en chile, te voy a empezar en una régimen de paltomiel.”
“Palto-miel?”
“Sí, es una mezcla de miel, extracto de palta, y hierbas, y te ayudará cultivar una fuerza vital chilena. Una cucharada cada día en la mañana, con otra después de la once si te sientes mal.” Me dio el otro papelito.
“Disculpa, pero dijiste… ¿extracto de palta?”
“Extracto de palta, sí. Ayuda con un gran rango de aflicciones.”
“Ya, pero ¿qué estás extrayendo de la palta? ¿¿Qué chucha tiene que ver eso con el cáncer de vesícula??”
“Weón ¿querí que te mejoray o no? ¡Toma tu puta medicina!”
Le di las gracias y salí de la clínica más confundido pero en medidas iguales más tranquilo.
Empecé en la régimen de la chorrillana, que era igual de rico que era raro, pero no me lo cobró el seguro gringo, así que paré después de un par de semanas. Sin embargo, hasta el día de hoy sigo con la paltomiel. No entiendo como funciona, parece ser un artefacto hecho para probar la fe en la ciencia moderna, pero nunca he mejorado tan rápido después de las gripas o pasado tanto tiempo sin dolorcitos inexplicables.